Hoy viajamos a Paysandú, Uruguay.
Otra de mis abuelas, llegó con el segundo marido de mi madre. Era diabética, así que había que vigilarla de cerca para que no comiera cosas que le podían hacer mal. Su frase en la mesa era siempre «poquito que no se vuelque».
Adoraba comer naranjas al sol, bombones y caramelos.
Cuando se sabía vigilada, nos pedía que le dijéramos con lujo de detalles como sabía cada dulce en la boca. Me río de alguna cata de vino, para contentarla, llegamos a diferenciar si un caramelo de toffe era de esa semana o de los que quedaban en el culo del frasco de cristal de la tienda y ya tenía semanas.
Pero si algo disfrutaba, era del arroz de vigilia.
Desde el jueves, el barrio olía a bacalao que se estaba desalando.
A la noche, se ponían los porotos (alubias) a remojo y el viernes, temprano, comenzaba la preparación.
Todo el proceso controlado por su andar de pasos cortos.
Un año, estando toda la familia en la mesa, notamos que la Mamma había desaparecido.
Extrañados la fuimos a buscar, estaba en el patio saltando. Ya pasaba de los ochenta y daba saltos de campeonato.
-Mamá que hace? dijeron las hijas, preocupadas de que la abuela no se rompiera un hueso.
-Estoy haciendo sitio para que me entre otro poquito!
Y entre risas, volvimos a la mesa y se le sirvió otra ración.
Hoy a miles de km, he preparado un buen sofrito con cebollas y tomates que envasé el verano pasado, lavé bien las últimas alubias que me quedan de la huerta, desmenucé bacalao, puse puñados de arroz y nos sentamos a la mesa con un vino joven de Toro.
Cosas de la tecnología, se fueron sumando los platos que preparaban en su casa Guti, Quico, Ele, Pilar, Aitor, María, Julia…el viernes se nos llenó de abrazos y sabores.

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