Cada año, por estas fechas, ineludiblemente, grupos de amigos y familias enteras peregrinan a La Estrada.
Y no van por una romería o santo en particular, aunque si, van a un sitio de culto.
Nacida en los tiempos en que la ciudad tenía mas tiendas y fábricas de confección que de muebles, en plena Puerta del Sol, está Casa Trabazo.
Como remarca una y otra vez Marujita, una casa de comida. De las de toda la vida.
El único secreto, según ella, radica en la cocina a leña y en la gente que cocina.

Pero quienes hemos estado allí, sabemos, percibimos, que hay mucho mas. Mucho más.

Conocí a Marujita hace ya unos años. En una de nuestras andadas en pro del cocido perfecto.
No entraré yo en debates sobre si es mejor el de costa, el de interior, el de garbanzos o el de alubias, si grelos o verdura, si gallina también o solo cerdo.
Cada cual tiene su santo y a ese se encomienda.
Como uruguaya enamorada de éstas tierras año a año observo embelezada esa suerte de transformación vital que sucede en las mesas, cuando llega la procesión de las bandejas.
Señoras o señores mas para un lado que para el otro de la vida, renacen, toman aire, henchen el pecho, se envuelven en servilletas y deleites y acometen con unción, la dura tarea de derrotar las inacabables porciones de legumbres, verduras,patatas, morros, orejas, patas, costillas,lacones,tocinos,chorizos, filloas, cañitas, leche frita…Un credo interminable que se recita al son de suspiros y comentarios breves.

Luego del ceremonial, llega el momento de las glorias y alabanzas.
Basta encontrarse en una reunión con alguien que haya venido a Casa Trabazo, para escuchar las mas altas y claras.

Así que cuando entré la primera vez, quedé en silenco un buen rato, observando cada detalle.
El lugar es un homenaje al tiempo.
No es muy grande, las mesas te ponen a tiro de todas las conversaciones, pero principalmente de todos los maravillosos olores que salen de la cocina.
La luz entra por los cristales mezclada con los vahos de los platos.
Los manteles a cuadros están impolutos.
Sobre la barra, sobre un paño blanco bordado, tazas y platillos.
Antiguas jarras de vino, de las de mimbre, cualgan en las paredes.
Carteles, calendarios, facturas…
Decenas de botellas, con las huellas del tiempo, son el marco perfecto para el lugar
Don Alvaro Cunqueiro, un día que fue con su hijo, dejó su firma en una de las publicidades que hacía del Ribeiro.
Y si es cierto que el imaginario gastronómico de Galicia, tiene un medidor infalible de calidad ese es la frase «allí comió don Alvaro», pero tenemos en nuestra casa otros medidores particulares, curas (si es obispo ya ni te digo), doctores (en medicina y en leyes) y Amancio Ortega.
En Casa Trabazo han estado y siguen estando todos.

Ahora que ya Marujita va para los 83, me recibe sonriente una vez mas.
Desde la primera vez me asombró de ella, la sencillez y el trato tan cariñoso.
Sus ojos pispiretos, no pierden detalle. Sus manos son las mismas que aquel mediodía en que nos dijo que el cocido había que encargarlo, pero que tenía otras cosas que seguramente serían de nuestro agrado.
Esas manos, me repito, que veloces acondicionaron lo que faltaba en la mesa, mientras preguntaba como habíamos llegado hasta allí, ya que no nos conocía de nada y el teléfono no lo tenía todo el mundo. Porque allí, la gente llegaba de siempre, pasando el datos unos a otros.
Casi sin darnos cuenta le contamos nuestra vida en unas frases, y ella sonrió, ahora lo entiendo más, cuando supo que eramos gente de la universidad y de la cultura.
Ella decidió traernos «un caldito» , ¡vaya con el caldo!, de esos hechos a fuego lento. Concentrados, capaces de levantar un muerto, o como dirían por mi tierra, para cabecear ladrillos.
Luego unas filloas rellenas de chorizos y una totilla de gambas y jamón con unos huevos «que no se ven por ahí»

Ahora sentadas en la sala de su hija Rosaura, a la que saca los colores cada vez que puede contando con orgullo sus logros académicos, me vuelve a preguntar como otras veces, sobre mi interés por «una casa de comidas». O el «ultramarinos» como le llama Ortega, ese señor de las listas de grandes fortunas de mundo, que se prodiga poco por restaurantes de postín y mucho por las inmensas casas de comida de su tierra.

Marujita ríe ante mi respuesta y comienza a rebuscar en su cabeza, respuestas. Yo la dejo. No soy periodista, no se hacer una entrevista. Se escuchar.
Y eso da frutos.
Me cuenta de como estudió en Santiago, magisterio, una carrera que no ejerció, porque no era lo suyo «cómo tampoco era lo de tener niños, que la niña salio adelante porque mi madre la cogía así y así con una mano y ya la tenía cambiada, así y así con la otra y ya estaba bañada. Que lo mio era estar en la Casa de Comidas. Hablando con la gente, haciendo que se sientan bien. Yo siempre estoy atenta, que si la gabardina, el abrigo, la familia»
Es que son mi gente, cuando a veces pensamos en quien va a seguir con la casa, eso es lo que mas me preocupa, mi gente.»
Y es lógico, hay familias enteras que llevan años y años, celebrando, compartiendo, comiendo en Casa Trabazo.
Rosaura niña, se crió andando en bicicleta entre las mesas. Comiendo en las mesas con los viajantes o con médicos que luego serían sus profesores en la univeridad o compañeros en la Academia.
Y para todos, primero doña Rosaura Costoias, su madre y luego ella, han sido la amabilidad hecha personas.

«Pero yo di el exámen de estado, fui niña de matrícula! Con el número 720 aprobé y en mi mesa fijate tu quienes estaban, Lopez Rodó,Serranillo y Moralejo.
Cuando a veces me encuentro en Sanxenxo con compañeras de la época, recordamos los tiempos por la Plaza de los jesuítas, la pensión, donde nos daban cama y comida, las bedeles, que queé malas era algunas.
Venía los fines de semana para casa, en La Estradense, que si no había sitio dentro venías arriba en el techo, en unos asientos. Ti le preguntabas al señor a que hora llegaríamos y siempre contestaba «a la hora menos pensada»

Marujita venía para ayudar en la casa, había mucha tarea. Las fábricas de confecciones movían mucha gente en la ciudad y a eso había que sumarle los enfermos de tuberculosis «que venían a tomar el aire bueno y a comer sano»
Rosaura solía guardar los mejores caldos o el trozo de carne o algo de buen pescado, para muchos de los hijos de amigos.
La propia familia tuvo la desgracia de ver como al enfermedad se llevaba justo «a los que habían estudiado».
Pero mi madre era muy lista-me dice Marujita- Cuando vio que nos hacíamos mozas, habló con mi padre para asociarnos al casino, y mi padre dijo que no estaba para tirar el dinero, pero ella hablo ya no recuerdo con quien y el día que me tocó casar, con Pedro, mi padre dijo y donde hacer la boda y ella dijo en el casino y el dijo no son socias y ella dijo, son, te lo digo yo que vengo pagando la cuota hace años.
Y así casé en el casino, y eso que nadie creía que me casaría con Pedro, que el era muy guapo y tenía muchas enmoradas. Las amigas me decían que no, que este no se iba a casar, la hermana de Conchita Valladares, y otras mas, me daban aviso. Pero mira casamos.

Pedro, que durante mucho tiempo tuvo su propio almacén mayorista, Sus padres eran mayores así que ya casados, pese a estar Marujita de día en Casa Trabazo, por la noche iban a dormir a la casa de los suegros.
Hasta que faltaron.
Tiempo después Pedro cerró su negocio y juntos con Marujita hasta hoy.
El se afana entre las mesas, corta cacheriras con parsimonia, llena de barrantes las jarras de vino, pero por sobre todo se encarga de los postres y te enseña como mojar en la cunca de vino la bica de las paridas. Aquel bizcocho que se le daba a las paridas, para recuperar fuerzas pronto.

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