Estambul y los libros.
En mis viajes siempre dejo un momento para visitar algunas librerías. Hojeo los periódicos de los kioskos, las estanterías de las cafeterías… lo que asoma en bolsos y mochilas de la gente.
Y si además hay un libro que tiene un Museo, allá que vas. El Museo de la Inocencia de Orhan Pamuk, es una joyita que no te puedes perder.
En el barrio de Cukurcuma hay una casa roja en una esquina, que llama tu atención por su estrechez y altura.
Una ventana diminuta es la taquilla, luego como si de un ritual se tratara, un señor con voz queda te abre una puerta, que temes arrancar de cuajo al pasar, por lo pequeña.
Dentro, cuatro salas como la de tu piso, unidas por una escalera empinada.
Una pared con 4213 colillas, cada una con el día que fue consumida, la música que sonaba o algun acontecimiento. Algunas con marca de pintalabios, otras muy estrujadas, algunas casi sin consumir. No se el tiempo que se tarda en fumar un cigarrillo, pero aquí hay muchos minutos de espera.
Las paredes están cubiertas de objetos, desde los más cotidianos a los más insólitos, hay gavetas, vidrieras, estanterías que cubren todo del piso al techo en una superposición emocionante. Es el museo del coleccionista obsesivo de la novela de Pamuk, Kemal Basmaci que nos cuenta no solo el amor que siente por Füsum sino la vida de Estambul desde 1950 al 2000.
Cada planta indica a que página del libro se vinculan los objetos. Y así descubres, vestidos, perfumes, el ritual seguido por uno y por otro en cada encuentro, en cada espera. Los boletos de tranvía, entradas de cine, menús…
El espejo del hotel donde se veían y unían cepillos de dientes con perfumes y brochas de afeitar.
«Estas eran personas tan inocentes, tan inocentes que pensaban que la pobreza era un delito. Ésta riqueza les permitía olvidar»
Cuantos botones cosemos, perdemos, usamos a lo largo de nuestra vida, cuantas horquillas, tazas de té, azucarillos, jabones, llaves, bolígrafos, aspirinas, medias…
Cada cosa habla de nosotros y de los otros.
Cosas-testigos-huellas de nuestra vida.
Pero hay una imagen que me paraliza, las fotografías de cientos de mujeres con los ojos cubiertos por una banda negra.
Así se publicaban en la prensa. Son las imágenes de las mujeres que conversaron en la calle con un hombre que no era su marido, son así acusadas de adúlteras, de ser violadas, merecedoras de todo ostracismo y castigo. En muchos casos, una estrategia de los padres para obligar a esos hombres a casarse con sus hijas, en otros la manera de algunos maridos deshacerse de sus mujeres. Terrible por todos lados.
Deambulo entre decenas de jóvenes, algunos llevan libros llenos de marcas y leen trozos delante de cada rincón, otros escurren notas en cajones. Hay quien ha llegado porque al comprar su libro en Alemania encontró la entrada al Museo (fantástico marketing)
En la última planta vemos cuantificada la frase «ríos de tinta».
En una pared se alínean todos los cargadores gastados para hacer realidad éste proyecto.
En ésta sociedad que todo lo tira, ver de golpe todo lo que puedes llegar a usar en una vida, me deja en silencio y menos inocente.
Pamuk en voz de Kemal dice: “Recordé el pasado, mi propia vida, el paso del tiempo, los años perdidos”.
Hoy en el día del libro, me pongo a celebrar, con la mirada puesta en las decenas, cientos de historias que cada objeto cotidiano esconde, en el tiempo que ya se me ha escapado, en el que dejaré escapar en el futuro…
Pasen buen día, lean, regálense un libro, no imagino mejor manera de «perder» el tiempo.

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