Tenía una pequeña gira por Aragón y como siempre, me llevaba trabajo para hacer. Unas fotos para un especial de la revista Benbó sobre panes. Ya había fotografiado individualmente cada una de las muestras, pero faltaba una imagen para la presentación, con aire a un lado para escribir el título. Así que cargué el coche con una cesta, el equipo y carretera. Malo sería no encontrar un prado con trigo o centeno entre Santiago y Zaragoza.
Efectivamente en un campo de León, me lo encontré.
Cogí la salida y a poco encontré una carretera comarcal que me llevó directa a un campo dorado.
No me quería meter mucho, intentando no destrozar nada y en un pequeño claro instalé mi «set».
Entusiasmada disparé varias veces.
A mis espaldas, escuché unos aplausos y una voz que decía «menudos panes»
Me di la vuelta llena de orgullo, para cantar alabanzas al pan de Galicia y entonces me di cuenta que en el entusiasmo fotográfico, agachada en medio de las espigas enseñaba mi muslamen en todo su esplendor, para alegría de los mozos de la trilladora que esperaban que terminara mi tarea, para reanudar la suya.
Les dejé una hogaza de Cea y marché a todo correr mientras uno de ellos aclaraba que no hablaba de «ese pan».
Desde ese día, cada vez que veo un campo de trigo no puedo evitar recordar aquello de «que por mayo era por mayo, cuando hace la calor, cuando los trigos encañan y están los campos en flor»