No recuerdo si fue en la primera o segunda noche en Blanco que se hizo en Madrid, pero fue en ese macro evento que sucedió ésta historia.
Me tocaba contar en la Fnac de Callao, varias horas, y sin saber que público tendría. Para las que somos todo terreno, un buen aliciente. Ese y los nombres de los otros artistas que andarían esa tarde noche por el lugar. A mayores de un escritor español de novelas (que no he de nombrar) estaban Paul Auster y Eduardo Aute.
La cola para firmas del autor de Brooklyn Follies era inmensa. La de Aute normalita y la del autor de novelas, testimonial.
Yo no me podía quejar, más que nada porque no me daban respiro, sobre que salía una tanda de niños sobreexcitados ante la expectativa de andar por el mundo a esas horas y sin que les dijeran «vete a dormir «, me entraba otra.
Con Paul Auster había empezado fatal porque en la sala donde dejamos nuestras pertenencias, miró con seriedad los libros que tenía en la maleta de cuentos, frente a cinco títulos de Neil Gaiman, un gastado Smoke. Del novelista ni os cuento, se ofendió porque no sabía quien era y Aute llegó cuando ya subíamos la escalera hacia los respectivos lugares de trabajo intercambiando un rápido par de besos.
En un momento de entrada y salida de mi público, entró Aute a dejarme agua y a preguntarme si iba a sobrevivir. Luego me pidió un folio y un par de marcadores que había en una mesa.
Al poco rato escuché un revuelo.
Al descubrir el origen de las protestas, solté una carcajada que me liberó de todo el cansancio.
Eduardo Aute se había metido en la cola de Auster e iba firmando los libros a las señoras, argumentando que tendrían más valor:- Un dos por uno, decía, un Auster y un Aute, única oportunidad!!!
Antes de irse, pasó un par de veces más por mi pecera, con agua y con chocolatinas.
Cada vez quise decirle que su música había sido la banda sonora de mi vida, que tenía en el coche todos sus discos, porque nada me espabilaba más que cantar por la carretera alguna de sus canciones a grito pelado. Por pudor, no dije nada. Pero atesoré siempre que ese día, sin conocerme, se preocupara por mí.
Cuando éste sábado estábamos todos los vecinos asomados a las ventanas coreando las canciones que iba poniendo en el altavoz , se hizo un silencio inmenso, cuando desde una ventana me pidieron al Alba, en homenaje a su partida.
El cielo del barrio se llenó de voces y de ojos húmedos que miraban buscando su paso, y aunque no eran las cuatro diez, saqué a Gago a bailar un Slowly.
Esa noche en el balcón dejé un vaso con agua y una chocolatina.
Me creen si les digo que al día siguiente, no estaba?