Ando en medio de una tarea grata-ingrata. Organizar, catalogar y deshacerme de libros.
Llevo horas.
Y la pila de «para descartar» baja y sube sin cesar. Descarto uno y a los pocos minutos lo vuelvo a recolocar.
Cada libro tiene un momento de mi vida, unas horas de tren, una ciudad, un tiempo libre, una tarde de lluvia, una mañana de sol en el jardín, una espera…una angustia.
Si alguien un día quisiera saber mi historia, la verdadera, la que me palpita, tendría la mejor fuente de información en las páginas de los miles y miles de libros que he leído.

Nada como abrirlos, luego de soplar la parte superior para quitar algún resto de polvo, y encontrar un apunte, un dibujo, la entrada de un teatro o museo en algún lugar del mundo…

Gusto de guardar billetes de metro, de avión, programas de mano, cartas, mapas, en medio de los libros.
Y así el viaje se multiplica, se me va la cabeza entre historias que leí y momentos que viví.

Y así, en medio de éste no verano de Santiago, me duermo al sol de Cayo Sombrero, o camino por Santiago de Cuba o de Chile, por Lima, Asunción o Río, por Argel o La Paz, por Montevideo o Buenos Aires, por París o por Roma.
Viejas y nuevas librerías que pueblan mis estantes.
Soy lo que soy, quien soy; por lo leído, por lo vivido, por lo amado.
Sin destino ni concierto, con el solo criterio de leer aquello que me seduce en una frase, una palabra, una textura, una portada.

Decía un amigo, que hoy en día hay muchos «solaperos», lectores de solapas de libros. Expertos en citar resúmenes de contraportadas.

Yo soy de las que me sumerjo, buceo, me pierdo entre capítulos.
Nada más maravilloso que el libro que tira de otros libros, como las cerezas, que nunca salen solas de la caja.

Así que la tarea va por la mitad, y tal vez ni termine, pero me he quedado con la boca rezumando delicias.
Y ese regalo, hace que olvide que aún no me he podido poner ninguno de esos vestidos que me revuelan por las rodillas, de esos que te meten aire fresco por entre las piernas que caminan libres de medias, ansiosas de cruzar las plazas con alegría en el cuerpo.

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