Una de las cosas buenas de las limpiezas que uno hace a principio de año, es que te encuentras en rincones de cajones y cajas, o en bolsillos de bolsos o abrigos, cosas olvidadas que te traen recuerdos de historias increíbles.
Hace unos cuantos años estaba en Castellón por una actuación, mi iluminador tenía unos amigos allí y terminé la noche con ellos en un bar de “moteros”.
Había una fiesta, el motivo:-celebrar (con mucho retraso) el cumpleaños de uno de los fundadores del grupo, haciéndole entrega del obsequio que finalmente había llegado de EE.UU.
El problema era convencer a éste para que se quedara en el local hasta la hora en que su mujer salía de trabajar, así estaban todos para el gran momento.
Evidentemente el pretexto fui yo. Una neófita total en motos a la que él “debía” convencer para el gremio Harley.
Yo me debía resistir, algo que los amigos sabían era una tremenda provocación para él.
Pero había un problema, él estaba ofendido con sus amigos desde hacia dos meses, cuando ninguno le saludó por su cumpleaños.
Lo que ignoraba eran los desvelos que estos habían pasado para conseguir algo muy ansiado por él: un caño de escape original. Tres meses habían transcurrido desde el comienzo de la gestión. Llamadas y correos habían llenado de nervios y frustraciones a todos los que habían colaborado con el regalo. Hasta los vecinos, muy gustosos, todos, habían aportado dinero para que la famosa moto llegara de manera mas silenciosa al barrio, por las madrugadas.
La madre del homenajeado, también, había puesto su grano de arena.
Desde mi ignorancia pregunté cuanto salía el famoso caño, aluciné al mencionar la cantidad de ceros (aún eran pesetas).
En ese momento entendí la extraña presencia de las respetables señoras de falda y chaqueta, de alrededor de 70 años que había en el local, mezcladas con moteros de chupas de cuero, botas, cadenas, tatuajes, boinas y novias góticas.
Más de una vez el del cumpleaños intentó marchar así que finalmente para entretenerlo terminé contando cuentos.
Creo que los mas poéticos que he contado en mi vida.
La imagen todavía me vuelve fresca, me persigue, cuentos de amores prohibidos y de sueños cortados por dictaduras, de charcos inundados de palabras, de mujeres que vuelven de piedra a quien mira, historias para un público diferente a cualquiera.
Hasta me inventé un cuento de una caja que llegaba volando, con sueños largamente acariciados; mientras hablaba, la caja se materializó.
Triunfalmente entró en ese momento, al son de feliz cumpleaños el famoso regalo. Pocas veces he visto tantos adultos emocionados al lado de una saeta plateada.
Una de las chicas, me dio las gracias por ayudarlos a cumplir una promesa y me regaló algo que a día de hoy, casi había casi olvidado. Un anillo de plata con una piedra enorme de azabache.
Lo llevé mucho tiempo en el bolso, en un rincón, como recuerdo de lo que pueden hacer por nosotros, los que nos quieren bien, incluso sin que lo sepamos.
Algún día pasaré otra vez por el Arenas, o no; tal vez sea mejor dejar el recuerdo intacto, como está, con el mismo verde y rosa de las paredes y la misma música de fondo, todo reflejado en la piedra de mi anillo.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *