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Debían tener 60 años mas o menos, y el aspecto de haber pateado medio Madrid y no saber por donde patear el resto. Coincidimos en descanso en los asientos de la parada del bus. El acento levanto mi cabeza. Solo alguien de Montevideo puede preguntar «cuantosaleelboletodelomnibusehhh».
Con alegria contestaron que si a mi pregunta.Supe entonces de jubilación, de 40 años de convivencia,de aguante, por parte de ella, que ahora se premiaba con ver Europa (Paris), un hermano correteado por los milicos (militares), refugiado 30 años en Murcia y una comadre gashega. Ahora a vivir! decía él mientras asentía ella. Cada gesto, tenía un complemento en la cara del otro. Cada letra resonaba en en un ir y venir, que casi uno no sabía cual de los dos hablaba. Paseamos un rato juntos. Mi función en El reporter se acercaba y debía ir hasta Atocha. Me despedí viendo como se subían a un ómnibus, llevándose el trocito de mi tierra que se había paseado por un rato por Sol hasta Cibeles. El aire olía a madreselvas, un tamboril repiqueteaba al fondo y la boca tenía sabor a mate. Alla muy en el fondo de mis recuerdos.Delante el puto charco de agua donde cayó mi móvil y quedé incomunicada por un día. Para España. Porque dentro tenía línea directa con Uruguay

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