Se despertó y como viene haciendo desde que tiene uso de razón, estiró la mano para coger un libro y leer un párrafo cualquiera.
En un primer momento pensó que estaba en uno de esos sueños raros en los que crees estar despierta y haces cosas pero en realidad aun duermes. Pero no.
La luz estaba encendida, lo veía claramente con el ojo izquierdo, pero por alguna extraña razón, el ojo derecho no veía nada.
El dolor en la frente y la sien era sordo y punzante. Tal vez esperando un poco, pase.
Cuando vio que no, se fue al ambulatorio y ella que creía que iba para que le pusieran unas gotas o un parche, luego de horas en urgencia, de seguir la línea azul «oftalmología» , estaba ahora en la cama 3 de la sala 351 de neurología.
Le tiene pánico a las agujas y a cualquier cosa que se relacione con los médicos. Su madre acrecentó esas fobias haciendo descripciones detalladas de todos sus ingresos hospitalarios, los imaginarios y los reales.
Normalmente no duerme mucho y ahora que la luz se enciende a cada rato, menos.
Le agobia que la primera pregunta del día, por parte de un extraño, sea:
– Hizo de vientre ayer?
En jefe de planta en su ronda se sorprende del gallego tan fantástico que habla esta moreniña guapa y responde lo que responde siempre cada vez que le preguntan porque fala en galego:
-E por que non?
Escucha, como que no es con ella, las explicaciones sobre las pruebas que le van haciendo. Y bromea, todo el tiempo. ¡Parlotea hasta con el soporte del suero!
Es su manera de disimular el miedo. Su padre murió de un tumor cerebral, asi que aunque ríe con unos y con otros y contesta los mensajes que le llegan de medio mundo, no deja de pensar en aquella mañana cuando su padre se llevó la mano a la cabeza y no la bajó nunca mas. Esa mañana de verano que se llenó de médicos, que subían a su padre a una camilla. Ese padre que ella adoraba como a nadie, con el que pescaba, leía, soñaba con ir al centro de la tierra y al espacio sideral,su sol y su luna. El que escondió el regalo de cumpleaños para la mami, que sucedería tres días después, y sin embargo nunca fue celebrado, porque el papi se murió ese día, y en esa casa ya no se celebraron cumpleaños.
Para no hundirse en su historia, abre los oídos a las historias que hay a su alrededor.
Y decide hacer lo que ha hecho siempre, poner su voz para que vuelen las palabras de otros.
Y entre mimos y cariño que llega de Los Ángeles, Uruguay, Italia, Brasil, Francia, teclea casi sin ver en su iphone, las pequeñas historias que suceden a su lado.
Pequeñas grandes historias, de gente que trabaja horas, cobrando muy por debajo de lo correcto. Poniendo ingenio y dedicación para sortear los obstáculos de unos recortes inhumanos.
Ante cada prueba se aferra a su Kokopelli, esa medalla de plata que hace años le regaló su compañero, el dios que siempre cuenta y ríe.
Cada diagnóstico descartado le trae alivio y angustia a partes iguales.
Ya no le parece tan disparatado el cajón que siempre tuvo su madre con bragas y camisones «por si hay que ir al médico», ya que por algun extraño sortilegio su chico cogió esas bragas de goma blanda, las que guardas para los días incómodos de la regla y le llenó un bolso con un muestrario amplio.
Menos mal que le han dado pijamas y no uno de esos rectángulos enseña cachas…
Él viene por las mañanas y le ayuda con su enorme mata de pelo, mata que amenazó bromeando una celadora que peinaba a otra enferma, ahí se me puede perder el peine, yo te la corto!
También le trae libros de letras grandes que ella ojea cada cierto tiempo a ver si la magia sucede. Y su perfume favorito, y sus calcetines de cuando tiene sueño.
Y le cuenta de otro proyecto que empezarán juntos y de un viaje que harán y de otro que hicieron.
Sueñan con cambiar el mundo, y mientras están en pausa, estudian caminos.
Finalmente el alta, un sobre gordo lleno de papeles, tareas para la casa que ella promete hacer a pie juntillas.
Sabe que la vida le ha hecho un gran regalo.
Y ella que supo lo que es no tener nada, perderlo todo, cuando recibe regalos los agradece desde los mas hondo.
Mientras recoge las cosas, se despide de todos, les deja un trocito de corazón.
Han sido pocos días, pero muy intensos.
Solo un tonto saldría sin huellas de una experiencia así.
Ahora en casa, disfruta de tanto afecto recibido y le da vueltas a una manera de devolver tanto.
Por lo pronto, acaricia lentamente su medalla, se baña en el agua fresca de los comienzos, cuenta y ríe…

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