«Historias Confitadas»
Alguien me hizo hace unos días un comentario sobre esos señores que están tan cómodos con su vida que andan de chándal de Adidas incluso en domingo. Es más, que hasta le dan un aire festivo anudándose una bufanda o un chaleco de plumas.
Lo cierto es que en mi niñez y adolescencia escasa de recursos, siempre añoré tener un “equipo Adidas” como le llamábamos por el paisito.
En mi casa a duras penas que me podían comprar una marca sucedánea que cantaba a la legua la «baratez» con el detalle de no tener cremallera delante, o una franja lateral blanca ancha en lugar de las consabidas tres líneas.
La clase de educación física era para mí, amante de los deportes, un suplicio.
No solo no tenía la ropa, para más inri a la batalla Puma vs Adidas, yo me presentaba con los Pamperos de gama baja. Unas deportivas nacionales que aguantaban de milagro mis carreras por el barrio.
Andaba yo rumiando mis penas, mirando de reojo el escaparate de la tienda El Cerrito, cerca de la estación de trenes, cuando se me acercó la abuela de David, un niño mayor que yo, que me respetaba desde el día que unos niños se rieron de nosotros, de uno por judío y de la otra por negra y yo les borré la risa a pedradas (y con puntería).
«¿Sabes que el primer deportista que llevó unas Adidas fue un negro?
¡Le fastidió a Hitler todas las olimpíadas! Corrió con unas zapatillas que hicieron dos hermanos de Bavaria, como yo. La marca de aquellas era Dassler, su apellido.
La pena que después del éxito, se pelearon. No tanto por el dinero que empezaron a ganar, sino porque uno se hizo nazi y el otro no.
El nazi, creó Puma el otro unió las sílabas de su nombre y su apellido y así nació Adidas.»
Cuando le dije cuál era mi favorita, se rio diciéndome que era una chica lista y siguió su paseo lento, ese que hacía con una mano cubriendo los números que tenía en el otro brazo.
Pocos días después, me tocó participar de un campeonato interescolar, con mi indumentaria barata empecé el calentamiento, sin poder evitar mirar de reojo para las niñas de las escuelas del centro.
Entonces llegó Lila, la maestra de quinto que además se encargaba de la gimnasia, al verme se me acercó, me abrazó fuerte y clavando en mí sus ojos claros me dijo:
-Pampero es el viento más veloz del mundo, lo sabes verdad?
Me ató fuerte los cordones y les aseguro que ese día, yo tuve la sensación de que alguien me levantaba del suelo y me llevaba por el aire. Yo no era Jessi Owens, pero la alegría que sentí, seguro que era igual a la suya en aquellas olimpíadas donde los alemanes demostrarían supremacía y quedaron calladitos ante la velocidad del de ébano.
A la señora Sara, nunca le di las gracias por su historia, a Lila hoy que es su cumpleaños, se lo digo. Maestra, te debo parte de las alas de mi vida. Gracias.
Y otra cosa, a nadie le quedaba tan bien como a ti el Adidas azul. Feliz día! ❤

 

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