Durante la visita que hicimos al museo del Ágora de Atenas, descubrimos una pieza, que me llamó particularmente la atención. Después de una delicada bacinilla infantil de cerámica y antes de un un ingenioso sistema de votación, una vitrina llena de trozos de cerámica. Y en cada trozo un nombre.
Lo que tenía delante de mi eran decenas de ostrakón, trozos de terracota donde se escribían los nombres de los candidatos a ser juzgados y condenados por la asamblea.
El ostracismo era, en la Antigua Grecia, el destierro al que se condenaba a los ciudadanos que se consideraban sospechosos o peligrosos para la soberanía popular.
La palabra griega ὀστρακισμός (ostrakismós) significa exactamente eso » destierro por mal gobierno, incapacidad de diálogo, desempeño o conducta»

Cuando había una mayoría absoluta de votos, la persona cuyo nombre aparecía como más votado debía abandonar la ciudad antes de diez días y permanecer exiliado durante diez años.

El exilio no era permanente y, además, la persona exiliada no perdía sus derechos como ciudadano e incluso podía ser perdonado por una nueva votación de la asamblea. Durante el periodo de destierro, la ekklesía conservaba los ostraca en los que figuraban los nombres de los ostraquizados.

Esta votación se hacía al pie de la colina en la que se ubicaba el Cerámico, el barrio de alfareros de Atenas. Al pie de dicha colina se arrojaban los productos de alfarería defectuosos, rompiéndose en trozos cóncavos que recordaban la forma cóncava e irregular de una concha de ostra (ostracon).

Era un mecanismo de autodefensa popular, un simple voto de confianza política: no constituía una pena judicial, ni un condena penal.

Que porqué me viene éste recuerdo a la cabeza? Basta leer los periódicos éstos días.
No aprendemos, madre mía, no aprendemos…

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