Después de días maravillosos en el Festival de Madeira EVA, ya ando por la casa.
Lo cierto es que ha sido una sensación cruzada, la de estar en un paraíso, con media cabeza y corazón latiendo por aquí.
Así que ando por la casa, poniendo lavadoras, completando tareas pendientes, acomodando por los estantes de la pared y de mi alma, tantos nuevos recuerdos, tantas emociones y sensaciones.
Pero si de un recuerdo haré un apartado especial, es el del mar y yo.
Mi madre nos educó, con la idea de que el mar no tiene ramas, así que de pequeñas a la playa, nos llevaba con una cuerda atada a la cintura y solo podíamos entrar al agua hasta donde ella lo permitía, generalmente los tobillos.
Evidentemente eso generó un incontrolable pánico que se apodera de mí cada vez que intento entrar al mar.
Vasco, nos llevó a dar un paseo por la orilla del mar, un regalo para poder disfrutar de otras vistas.
Y desde el momento en que el barco salió de puerto, una suerte de canto de sirenas subyacía en las risas y conversaciones que teníamos.
Si hay una palabra que se repite en EVA después de «historias» y antes de «bolo de caco» es «mergulho».
Sumergirse, zambullirse, dejar que todo tu cuerpo sea acariciado por esas aguas azul turquesa.
Y hay un día, como diría Ana Sofia siempre hay un día, en que algo acontece .
Sentada en la proa, puse mis pies en el agua, y allí estaba la voz que me decía que tenía que cortar esa cuerda del miedo.
Se que mi madre no lo hacía por mal, era su forma, extraña, de decirme que no quería que me pasara nada malo.
Pero sin querer, puso en mí una simiente que ha crecido hasta volverse una enredadera que me ahogaba.
Y allí estaba yo, de la mano de Sofi, con mi amigos alrededor dando confianza.
Y tuve un instante de reencuentro inmenso, un sentir que yo ya había vivido esa sensación. Con el fondo a varios metros, dato que podía ignorar tranquilamente, con la orilla cubierta de pequeñas y fértiles huertas, las cañas de azúcar delineando la montaña de lava y roca petrificada, el cielo bajo y el mar inmenso, la Sole adulta fue una niña que desató un nudo pesado y se puso a andar.
Aun queda mucho, y ni siquiera se si lo conseguiré, pero sentirme flotar, hojita pequeña mecida de un lado al otro, me hizo sentir la necesidad de llorar como si a una vida me asomara.
Igual puede parecer exagerado, pero tal vez en éstos días es necesario darse un mergulho, desprenderse de miedos y preconceptos, liberarse de prejuicios y si hace falta nacer de nuevo, con la mirada limpia. Y nadar en un lugar donde el motor no sea el miedo que empequeñece el mundo, sino la mano tendida, la comprensión, la tolerancia al otro y por sobre todo que ese miedo no nos deje atados en la orilla.
Una vez más quiero agradecer a toda la Asociación Xarabanda por la organización, a mi querida Sofia en particular por ser ella como es y a toda la gente que me demostró tanto cariño y buena memoria 🙂
Madeira en mi corazón por siempre.

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