El domingo fue un día para el olvido.
Uno de esos días en los que uno tiene pensamientos extraños, sensaciones asfixiantes, ideas peregrinas.
El frío de fuera helando por dentro.
Mirar películas malas, adaptadas de peores libros, con actuaciones olvidables.
Y comer tanto chocolate que el paladar se vuelve lento y la lengua se desquicia de sobredosis.
Y para colmo las pocas neuronas que te quedan, no alcanzan para descifrar anuncios herméticos.
¿Alguien entiende el anuncio del coche en que dos vecinos se llaman iguales, Paúl y sin embargo uno de ellos se asombra porque su mujer lo llama por su nombre?
¿Y el del otro coche, ese donde una familia se clava cuchillos, vidrios o se quema, sin sentir nada mientras la otra familia se va bailando funkie? ¿Están muertos los que están dentro y por eso no sienten nada, nada tan maravilloso como ese coche? ¿O los de fuera se van para que no les pase lo que a los otros si se quedan un fin de semana con los crios dentro?
Como dice otro anuncio “¡Tanta historia pa’ vender un coshe!”

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