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Estoy en Paysandu, en mi casa. Ha sido una semana de reecncuentros. De abrazos, de quitarse la palabra de la boca para contar tantos cambios, de escuchar tantos sueños nuevos en estos tiempos de gobierno recien nacido pero esperado por tantos años.
Aun queda mucho por hacer, pero la esperanza anda descalza por las calles. Es como si su presencia espantara al invierno que se demora en llegar.
Hay mucho para contar, pero creo que quiero empezar por el reencuentro con las voces, con los acentos. Primero es el tintineo de las palabras acentuadas en otras silabas, expresiones, que despiertan recuerdos, otras nuevas que generan asombro. Y luego la presencia de las voces en las calles, autos, pocos. Pero si los gritos de los vendedores, el «canillita» (se le llama asi al vendedor de periodicos, que en una epoca fueron niños delgaditos, pura canilla de tan largos), el pescador, el churrero, el afilador, el hojalatero, el señor de las gallinas y el colchonero con sus largas agujas y sus carretes de tela fuerte y floreada en rojo o azul (para que mas variedad si el color los ponen los sueños de cada uno).
Despertarse con los gallos o los relinchos de los caballos que se cuelan en tu jardin ( y se comen los mayos en flor)
Mate, pan con grasa cuernitos de chicharron y El Telegrafo, de fondo Afro-Celtic me recuerda que soy una balsa con dos orillas.

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