Aunque me gustan los refranes, generalmente no los llevo a la practica, tanto que en vez de cuentos chinos yo siempre he preferido los rusos.
Será porque su romanticismo, me envolvió desde pequeña. No recuerdo puntualmente ahora ninguna de aquellas historias que poblaron de lágrimas y suspiros mis siestas, pero si el climax. Era como si de repente, aunque fuera hubiera sol, todo se volviera frio, con nieve y ropas de grandes pieles. Lobos aullaban, mientras negros caballos atravesaban la estepa y doncellas obedientes, aun en el sufrimiento, veían como marchaba a una muerte segura, su joven amado convertido en soldado valiente de algun lejano húsar.
Hace unos días me topé con las Narraciones Completas de Aleksandr Pushkin y comprendí aquellas lejanas tardes. Casi sin darme cuenta se me volaron las 560 páginas, con «La hija del capitan» con «La Dama de pique», con «El sepulturero» o las «Noches egipcias» entre tantas y tantas historias.
Pushkin llevo la literatura rusa a su pueblo, recopilando historias oídas a su «sabsba», o escuchadas en vigilias de cuartel. Puso versos cercanos a los sentimientos de la gente y asi, algo que solo reinaba para unos pocos de palacio, pasó a las calles, sin vergüenza, sin pudor, hasta con orgullo de la vivencia rusa.
Cuentos para leer y en ratos largos contar a los crios y a los amigos.

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