Cuando era pequeña, la fiesta del domingo era ir a la heladería Sandú y caminar por Avenida España zigzagueando en las baldosas y soñar con un día ver el pais que daba nombre a la calle de mis paseos.
Los años han pasado y hoy camino evitando pisar en los huecos que dejaron las baldosas que ya no estan, me miro en el cristal sucio de la cerrada heladería y reencuentro trozos en cada esquina. Trozos de mi. En estas calles de mi Paysandú, se gestó el sueño. No se si en domingos, o en aquel sábado cuando llegó el circo al campito que estaba al lado de la tienda Cerrito. O tal vez el día que me escape de casa (en bragas-bombachas rojas con una manzana, un traje de baño, un libro y seis años) Lo que si es seguro es que yo debo haber crecido mucho, mucho, me niego a creer que las cosas queridas se han empequeñecido, se han ajado. No, debe ser que se quieren ir conmigo por la vida y estan tomando el tamaño adecuado para entrar en mi caja de hilos. Eso suena bien. Asi, si se acomoda todo, podre llevar conmigo,el parque, la plaza Bella Vista, la escuela 4, el beso de la siesta entre madreselvas, mi primer escenario, el deslumbre del primer foco, la segunda pena y mis 437 sueños.
También a la Diva, la Elsa, la Olga, el Milton, el Pancho, el Luis y todos los que entren en la heladería que sigue permanentemente abierta en la esquina de mi memoria

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