Durante la mayor parte de mi vida no he tenido coche.
Ni yo, ni la mayoría de mis vecinos de los barrios en que me crié.
Si había una emergencia, allá estaba el taxista.
Pero sino, lo normal era el ómnibus o el auto de Fernando…un poquito a pie y otro caminando.
Así que durante años he transportado cantidades enormes de peso de un sitio al otro, con lluvia, con frío, con sol, cansada, con sueño o simplemente anhelando llegar a casa antes de que oscureciera y los perros callejeros y los hombres perversos hicieran acto de presencia.
¡Cuantas veces soñé con un aventón que me ahorrara el camino!
Por eso hoy en día, que ya llevo miles de km recorridos con mi Micra, cada vez que veo gente en esperas largas bajo marquesinas que no protegen, siento una urgencia, que reprimo, de recogerles y llevarles a su casa.
Así que ayer, cuando al salir del dentista, me crucé con una chica, que con voz ansiosa y acento extranjero, me preguntó dónde estaba y como podía llegar a la Colegiata de Sar, no pude evitar hacer lo que hice.
Estaríamos a unos 20 minutos, pero dando un rodeo bastante lioso de explicar, así que al ver que la ansiedad de la chica aumentaba, en plan vieja del visillo, le pregunté por qué quería llegar hasta allí.
Cuando me respondió que estaba perdida y que debía recoger a su niño de tres añitos, que salía de la escuela y que ya casi era la hora, no lo dudé.
«Pensarás que estoy loca, le dije, pero si quieres, vivo cerca, tengo el coche aquí en el parking, te acerco»
Seguramente ella en otra situación hubiera dicho que no, pero dijo si. Y entre risas nerviosas, pagamos y salimos pitando.
El santo de los semáforos estaba de turno porque los cogimos a todos, salvo uno, en verde.
Cuando subo al coche, no sé el motivo, mentalmente siempre hablo con mi madre, supongo que como mi relación con ella nunca ha tenido mucho diálogo, relleno todos esos silencios con respuestas que nunca tuve.
Sobre que arranqué, sentí su voz diciéndome que cómo se me ocurría subir a una extraña que seguro en ese momento y con los pelos que llevo, debe de estar pensando que soy una asesina.
En las series policiales, siempre intentan calmar a las personas con anécdotas, así que me puse a contarle mi vida, para que viera que era una tipa normal, pero entonces me di cuenta, que eso mismo hacen los criminales para pillar incautas, además de que mi vida no es precisamente normal, así que me callé.
Pero entonces ella me contó de su niño precioso, yo le dije que era cuentacuentos, ella que era francesa y su pareja gallega, yo los años que llevo aquí, ella las semanas.
Yo le dije que adoro su país, ella que conocía el mío, bueno, no el mío, sino Paraguay, pero eso pasa siempre, se confunde la gente…
Cuando me preguntó donde podían ir a escuchar mis cuentos, le dije que en Santiago el 23 estaremos con las Cuatro Estaciones de Vivaldi, en la Anxel Casal…
-Pues lo teníamos marcado en el calendario para ir…y eres tú!
Si ese día no la veo en la sala, escucharé los te dije de mi madre durante días y si está y me sonríe, aunque me han educado para no hacer ciertas cosas, creo que me va a salir de nota, una bonita peineta…dedicada a mi señora madre 🙂
Ilustra Komako Sakai