En la última hora de la tarde de ésta semana que ha sido muy larga, en un sitio, apto para cualquier película de esas que terminan mal, recibí un regalo.
A mi alrededor colas de coches aprovechando una inauguración, yo en un supermercado donde las personas mueven los ojos al ritmo de una cinta transportadora, los niños lloran por cansancio, las señoras inventan una sonrisa, los señores no disimulan un suspiro.
Enfrente una chica sorbe de un vaso de cartón en un galpón de hamburguesas sintéticas, al fondo un cartel de un periódico en crisis, una alambrada, una piscina avergonzada en vertical, plásticos, camiones, coleccionistas de ropa deportiva que nunca usarán mas de un día, amantes de la oferta del bricolage.
En la cabeza el nuevo libreto es un mantra, en las manos la necesidad de otra mano.
En el pecho una angustia que no es mía.
Y de repente el último rayo de sol se me enreda en las pestañas y en la danza de penachos invasores que mece el viento.
La luz perfecta me agasaja un instante y luego ya no está.
Pero la he visto y se me ha quedado en la mirada .
Y con ella ahora dibujo el sendero nuevo en que caminaré éste otoño, y el pájaro que me miraba mientras cogía uvas, y la manzana que besó tu boca.
Y entonces nada importa.
Porque ahora todo es calma.
Sueñen luces que iluminen de verdad.
Sueñen bien.
Buena noche. Buen día
Ilustra Mariachiara di Giorgio

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