Desde hace un tiempo ronda en mi cabeza la historia de Viterbo, así que en ésta semana tan significativa que algunos organismos públicos ponen la bandera a media asta, os la voy a contar.
Corria el año 1271, tres años antes el papa Clemente IV había muerto en el Duomo de la pequeña ciudad de Viterbo y tal como mandaban las leyes, allí mismo se había reunido la plana mayor eclesiástica para nombrar la nueva autoridad.
Cada cardenal, con su séquito, sus sirvientes, curas, doctores etc, inundaron la localidad siendo mantenidos a cuerpo de rey por los feligreses, que inicialmente solo pensaron en lo importante que sería eso para su historia, pero al ver que los días pasaban, comenzaron a preocuparse.
Lo cierto es que el asunto iba para largo y el único humo que salía de las chimeneas, era el negro del no acuerdo, o el de las deliciosas viandas que los prelados disfrutaban entre conversaciones y debates.
La situación estaba en punto muerto, nadie se ponía de acuerdo en un nombre, ni mucho menos en la senda que transitaría el nuevo período.
Los prelados estaban radicalmente divididos entre güelfos y gibelinos (los primeros partidarios del papado para gobernar los territorios italianos y los segundos del Sacro Imperio Romano Germánico)
Y para liar aun más el asunto de Viterbo, también estaban irreconciliablemente divididos entre una facción francesa y otra italiana lo que no quería decir dos nombres y dos rumbos, sino que todo se reducía a que cada quien tenía su candidato, su línea de pensamiento y por supuesto la quería imponer sobre los demás como la correcta.
Los galos trataban de favorecer los intereses de Carlos de Anjou, rey de Sicilia y hermano de Luis IX de Francia, que trataba de consolidar su imperio mediterráneo (finalmente desbaratado por su gran enemigo geoestratégico, el Reino de Aragón). Conseguir colocar a un partidario en Roma era un claro punto a favor, y por eso se les conocía bajo el epígrafe Pars caroli (Partido carolino).
Los otros cardenales se oponían radicalmente formando el Pars Imperii (Partido del Imperio), porque preferían quedar bajo la influencia del Sacro Imperio, de manera que se identificaba también con los gibelinos. Así, se fueron sucediendo propuestas de unos que tumbaban los otros y viceversa.
Mientras tanto los habitantes de Viterbo y la región, veían como diezmaban sus cosechas, sus arcas y su paciencia.
Necesitaban una solución porque muchos de ellos tenían que volver a trabajar sus tierras, pero ya no sabían cual sería el régimen en el que tocaría vivir, ergo tributar.
Hartos tomaron una solución inaudita. Ya que nadie parecía hacer caso de sus protestas, por iniciativa popular dirigida por el prefecto local, llevaron a la curia al palacio episcopal -que había sido reconvertido en palacio papal- y la dejaron «clausi cum clave» (es decir, encerrada bajo llave), alimentada sólo con pan y agua hasta que tomaran una decisión. Y para ayudarles a aclarar las ideas, les quitaron el techo y las camas, les redujeron los sirvientes y les suspendieron los sueldos y les explicaron amablemente que o dialogaban y llegaban a una solución o de ahí no salía ni Cristo (esto lo digo yo ya imaginando el cansancio de los viterbenses que 34 meses son muchos meses de dios)
Y aunque al principio protestaron y se acusaron mutuamente, las inclemencias del tiempo y el magro alimento, que los campesinos conocían tan bien pero ellos no, hizo mella.
Solo así se explica que eligieran a Teobaldo Visconti, que ni siquiera era cura, y que en esa época estaba más interesado en sus conversaciones con Marco Polo y sus tíos que iban camino de Asia que en los líos de franceses y romanos.
Teobaldo pasó a llamarse Gregorio X y en los pocos años que estuvo, soltó buenas perlas.
Es el responsable de que Alfonso X el Sabio no llegara al trono imperial, de una de las Cruzadas más desgraciadas, y del sistema «Ubi periculum maius» que consiste en disminuir la ración de comida de los participantes en el cónclave para que las decisiones sean rápidas y pensadas para el bienestar de los fieles.
Así que mis señores, mis señoras, aqui la menda se va a tomar unos días de ayuno informativo que para el otro, seguirá el ejemplo de aquel cura del Ulla que solo comía lo que salía del río.
Patos, lacones, cabritos, terneras, salmones, merluzas, bicas y tinto de ribeiro que su ama arrojaba de madrugada y pescaba al romper el día.
Sed felices que de dar la tabarra siempre hay alguien que se encarga.

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