El mismo día que estuve en Ejea, actué por la tarde en Tauste. Volví en taxi con tres mujeres que habían ido a Ejea de los Caballeros a dar una charla. Una de ellas, Lesbia, es nicaragüense, su madre peleo en la revolución sandinista.
Hablamos sobre como las victimas de la guerra que todo el mundo olvida, los daños colaterales, siempre son las mujeres y los niños. Ya sea porque son violadas por el enemigo, y sufren el doble castigo de la agresión física y del rechazo de su pueblo, o porque aunque hayan peleado a la par de sus hombres. Llegado el momento, deben volver a sus destruidos hogares y no se las tiene en cuenta a la hora de formar los nuevos modos de gobernar, sean cuales sean.
A los pocos días leo el caso de la mujer inmigrante, que en el 11-M muere su marido, y al no tener papeles, y no ser ella “una víctima”, no le corresponde el amparo de la decisión del gobierno de dar la nacionalidad a los inmigrantes que han sido heridos en la tragedia. A ella solo se le murió su hombre. No esta herida.

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