«Estábamos en Cuenca,bajando las escalinatas de la plaza Mayor nos escontramos con un bar,de los que ya no quedan. Mozos con pajarita, madera en abundancia, buena música y bebidas de primera.Al lugar se le veía solera.Estábamos como pez en el agua.
El día había sido perfecto, Segóbriga me había regalado la risa y la emoción de declamar un trozo de Asamblea de las Mujeres en un teatro romano y por fin le había podido enseñar a Manuel lo bien que se come en la Posada San José, de la que varias veces había alabado sus zarajos,¿que mas se podía pedir?
Pero la noche fue mas generosa aún.
A mis espaldas un señor giraba en su banqueta mirando a todos los que estábamos en el local, un par de veces se cruzó nuestra mirada. Su perfil me recordaba a otros, pero no me daba cuenta de a quien.
Se le notaban ganas de conversar y nosotros teníamos ganas de encontrar una historia.
Y vaya si la encontramos!
-¿Usted no será Antonio Perez?

-Pues si- Hasta lo dijo extrañado de que le reconociéramos, él, que tiene una de las Fundaciones de Arte mas importante del pais,que tiene una de las colecciones mas completas de arte contemporáneo, que ha sido uno de los fundadores de «Ruedo Ibérico»,que bailó con la libertad en mayo del 68.
Un trozo de la historia de este siglo se pidió un gin tónic y nos invitó a un trago largo de vivencias increíbles.
En el brillo de sus ojos viajamos al Paris del exilio de tantos españoles, supimos de sus andanzas literarias, de sus noches en blanco tertuliando con grandes de las letras, de la música, de la pintura, del cine, de sus “anda-ríos”.
Como al azar sacó de su bolsillo un pin que le hizo Saura y me lo puso en el pecho.Una A y una P rojas se entrelazaron con la lana negra de mi jersey.
Su melena larga y blanca oscilaba de uno a otro con entusiasmo, pero con la intima conversación de alguien que considera que todo lo vivido debe ser contado como algo simple, aunque sea grande. Ahí radica muchas veces la grandeza, en la sencillez.
Estaba recién llegado de Palestina, donde había estado con una amiga común,Blanca Calvo, la hacedora de la Maratón de Cuentos de Guadalajara.
Galicia no le era una desconocida, con el fecundo Granell había compartido mucho, en su fundación ha tenido pintores gallegos y la Costa de la Muerte le vio de marinero a los 20.
En una servilleta sus números grandes, el de su casa y el de un restaurante al que no podíamos dejar de ir.
“He hecho muchas cosas, nos dijo, y mas que haré porque viviré mucho,¿por qué lo sé? porque nunca me dormí con la luz de la luna en la cara. En altamar es de mal augurio, cuando ves que la luz de la luna caerá sobre la cara de alguien, debes cubrirle y así le protegerás.Yo siempre tuve un amigo que me tapó.”
Llegó mas gente, todo el mundo le saludaba.”No dejen que me enrede con éstos-nos dijo por lo bajo señalando unos muchachos-me lían de juerga y mañana debo estar en pie temprano”
Bajamos las callecitas empedradas con una luz fantástica, las casas semejaban un Belén, el frío nos arrebujaba mas el abrazo.Ibamos envueltos con la certeza de que habíamos tenido un regalo, que no llegábamos a creer.
Pero era cierto,a la mañana nos lo cruzamos en la calle y hablamos un rato, confirmando que la noche anterior no era reflejo de nuestra imaginación o del ron.
Se fue por la calle con paso digno y entonces me di cuenta que ya en mi vida he tenido la suerte de conocer a gente como él,por eso me sonaba conocido,en su caminar,vi el paso comprometido de Pepe Monleón el amigo de Alberti y de todos los actores sudamericanos exiliados en los 70, de Pacho Benitez que me enseñó el primer Guayasamin y el mejor Morosoli,de Atahualpa del Cioppo que me dijo un día que lo peor de un actor era bajar la bandera de la ética y la dignidad,tres de mis maestros,que de repente caminaban juntos calle abajo.

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