Estos días de fogatas me han llevado irremisiblemente a tardes de mi infancia.
A otros festejos de SanJuan. Allá por el barrio de la Casona y de la Capilla San Miguel.
Este mes era siempre sinónimo de cajones revueltos.
De siestas esquivadas. De complicidades varias. Era la época del “judas”
La época de pedir “un pesito pa’l judas”, mañana, tarde y noche. Lloviera o tronase, viniera el pampero frío, o el veranillo de San Juan que moriría con la tormenta de Santa Rosa (supremacía en los cielos de las féminas): los gurises del barrio “copábamos” la esquina.
El judas, era un muñeco, tamaño persona adulta, que se confeccionaba con ropas viejas (mi abuelo dejo de usar un pantalón, yo tengo una camisa de mi padre, unas botas, unos guantes, cosas que ya nadie usaba, aunque a veces el afán de cooperar arrostraba una mentira-chaqueta que terminaba en penitencia)
Se cosía en la cintura con costura de perro hecha con piolin de cometa o aparejo mojarrero y se rellenaba con hierba seca, papeles y lo que diera la colecta…
Por que al “judas” lo quemaríamos la noche de San Juan, por que?,porquetraicionoa Jesus,ahhhh y por malo y lo traidor, dentro llevaría la barriga llena de petardos y bombas brasileñas que se compraban con el pesito que cada vecino ponía en la tacita esmaltada que el judas tenía a sus pies. Porque había que exhibirlo, mientras se pedía.
Nos turnábamos para cubrir mas amplio horario de petición, algunos decían que la mejor hora era la mañana, porque andaban muchas doñas haciendo los mandados y todas te daban, pero te daban céntimos, para mi lo mejor era al atardecer, cuando los hombres iban al bar por la copa liberadora de los vapores oscuros del trabajo, porque al salir, hasta te daban billetes de cinco.
Monsecci nos dio una vez cincuenta pesos! pero después de lo de la víbora, si te he visto no me acuerdo.Todo porque pasó primero, hubiera esperado un poco mas, la broma era para el Fabio. Además como iba a saber yo que un carpintero tan grande que hacía cajones de muerto le tuviera miedo a una viborita.
Todo empezó cuando buscando la hierba seca para poner dentro del muñeco, encontramos la bicha enroscadita, con la pala de dientes la matamos y la ensartamos como trofeo hacia el campito. La combinación del carrete de piolin, las ganas de matar las horas hasta la noche, los nervios de manipular aquellos “caramelos de pólvora” nos dieron la idea de la broma. El descampado estaba rodeado de una acera ancha y roja, pero casi todo el mundo atravesaba por el caminito del medio. El invierno venía llovedor así que la hierba de los lados crecía alta, atamos la serpiente con un piolin transparente en el cuello y la pusimos del otro lado del camino, mientras todos nos echábamos de panza de este lado, allí esperamos la llegada del mas miedoso del grupo, sentimos los pasos y a la voz de “ahora” zigzagueamos el brazo, y tironeemos para que la víbora con un movimiento rápido y real atravesara entre las piernas del que venía el camino.
No era Fabio, era Monsecci… Del susto le voló la dentadura, los pelos pajizos y tiesos de serrín, se le pusieron de punta, los ojos celestes, como huevos duros no daban crédito, sus patas flacas comenzaron a bailar una danza extraña sobre la víbora. Pasados unos instantes frente a la inmovilidad del animal, llego la calma y la luz que le ilumino la cara de media docena de gurises que echamos a correr. Agarramos el judas y la bolsa de petardos y corrimos para la Capilla, donde ya el cura y las catequistas armaban la fogata y tendían de poste a poste el alambre de donde se ataría el condenado a la quema.
Pese a nuestras protestas, después de colgado “a bañarse”, pero si nos vamos a tiznar al pasar por las brasas, da igual a San Juan se viene bañado y peinado.
Limpios y con zapatos viejos (para pasar el fuego) volvimos. A la media luz de las lamparitas de fiesta y del fuego, jugamos a la escondida hasta la hora señalada.
El corro de niños gritaba enfervorizado alrededor del colgado, mas atrás gurises, mas atrás, que esto es fiesta y en fiesta tiene que acabar, judasjudasjudas!
El cura elegía a uno y este con la antorcha encendida, con los ojos brillantes de la alegría de tener algo peligroso y prohibido en las manos, prendía fuego “los pies” poco a poco el fuego subía, en los zapatos ya había reventones, luego en las rodillas, en cada bolsillo había varios en la barriga ni te digo, pero lo mejor era la cabeza un estruendo de cohetes y chillidos cerraba la noche, pero ese año se sumó un olor asqueroso y un ruido como de silbido, como de bolsa de aire que se desinfla y con horror todos vimos volar por los aires unas fauces abiertas que enseñaban unos colmillos y un caracoleo latigazo que terminaba con una especie de palo carbonizado en el suelo a nuestros pies.
El grito nos llevo a las faldas de nuestras madres y entre sofocos vimos la risa desdentada del carpintero que nunca mas dio “un pesito pa’l judas”

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