El día es luminoso, desde temprano se suceden los mensajes y los saludos, hasta un ramo de flores oficial. Desayuno saboreando la tostada tibia de sol y bajo a pasear por la costa. El Mediterráneo esta perezoso y lame lento la orilla.
Los carteles indican Parque Verano Azul. No puedo evitar la cancioncilla silvada tantas veces en mi infancia y hacia alli me dirijo.
Por las calles parejas muy de lejos, pasean a sus perros y a sus botellines de agua, luciendo un rojizo bronceado. Sus camisetas son de lagartos, benetton o de jugadores de polo. Sus zapatillas casuales caminan alegremente.
Bajo la rambla, al lado del parque, detras de un hipermercado, seis o siete jóvenes (una de ellas con un crio a la cadera) releen las fechas de caducidades de la comida arrojada a los contenedores, celebran unos raviolis de ayer, un yogurt de hoy y leche de tres días. Se ponen de fiesta, mientras a mi se me cuaja la sonrisa.
Los todoterrenos, un jaguar y un invento aerodinámico de tres ruedas, pasan con la música muy fuerte. Como siempre (por qué?) hay quienes no quieren ver, hay quienes no quieren oir.

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