Y el domingo descansó, dicen las escrituras, y por una vez igual toca seguirlas.
Aunque la verdad, quién más tira es la promesa hecha al médico de reposo relativo hasta final de mes; cualquier cosa con tal de evitar el cuchillo!!!
Que no tanto porque el cuchillo se meta con mis lozanas carnes, sino con mis anillos. Que la vez que me reformaron el pie, me cortaron todos los anillos de plata que anidaban en mis dedos por años, culpa de la artrosis que los había integrado a mi anatomía.
Y desde aquella duermen en una cajita esperando un reciclaje.
Pero aquí vamos en éste mes que huele a gloria.
Se mezclan los olores de la vendimia, con las primeras setas. Las mermeladas con el bonito (que éste año creo que lo voy a conservar en ron que me sale más barato), la salsa de tomate, con los pimientos asados.
Aunque no he llegado a los números del año pasado, ya duermen en la despensa los botes de cristal con salsa, pisto, berenjena asada, repollo en sal, pasta de pimiento verde y rojo, mermelada de tomate, de moras, de higo y de sandía. Y hasta he invadido la nevera de Ele, con bandejas de mousakka.
Éste verano además, gracias a la invitación de María Solar regresé a la radio, uno de mis amores.
Andaba yo un día buscando el símil en gallego, de «a la Bartola», y otra Maria, me descubrió unas palabras maravillosas:- estar a barxoleta, a paparrandona…
Se me hizo la boca agua y la imaginación velero.
Y así los cinco encuentros con la encantadora Belen Regueiro, fueron una celebración del derecho a estar sin hacer nada.
A través de varias historias, descubrimos que esas pausas pueden ser la puerta para grandes cosas. No en vano muchos descubrimientos sucedieron durmiendo una siesta bajo un árbol o volando una cometa.
Y terminamos con un cuento que adoro contar desde hace muchos años, el de Frederick y su familia de ratones. Toda una familia guardando para el invierno, manzanas, nueces y avellanas, mientras el ratoncito, encima de una piedra, abría mucho los ojos y las orejas y recogía algo que los demás no veían. Cuando ya en pleno invierno, la oscuridad y el frío quitaban el sabor a la comida, Frederick, se puso en pie y sacó su cosecha de versos, rayos de sol, música e historias.
Y el verano se instaló en sus corazones.
Porque ésta sociedad se empeña en fomentar la ocupación eterna, contando como válido solo aquello que implica esfuerzos extenuantes.
El ocio se ve mal, herencias religiosas que consideraban pecado el estar mano con mano.
La pausa es necesaria, para el largo invierno precisamos más que la despensa llena de la hormiga, necesitamos ser un poco chicharra.
Así que cuando en invierno, ese gris eterno que se instala en Compostela, destape un bote de berenjenas, calabacines y pimientos en salsa, recordaré el sol que me calentó la barriga, y la música que bailé éste verano, y las horas que dediqué a leer y leer…
Y los besos, que bien que saben los besos de verano, y los paseos, y las estrellas que caen raudas, el vuelo del águila, el canto de la curuxa, las campanas de las cabras y el murmullo del río.
Ha sido una buena cosecha. Ha estado bien lo de estar a barxoleta.

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