Creció escuchando la leyenda de las princesas encantadas, el dedal de la costurera y de la huella de Roldan.
Terminada la dura jornada entre las vides, asando castañas con las ramas podadas, que es la que mejor huele y mas brasa hace, escuchaban sus ojos color agua turbia, como, por desobedientes las tres princesas fueron a husmear en la caverna de las moras y ante su belleza, estas, furiosas las congelaron, transformándolas en las tres piedras de cuarzo, que aun hoy se pueden ver en lo alto del castro.
¿Cuenta el cuento del dedal?Pedía bajito.
Mañana, le decían. Y él confiaba, porque sabía que entre esos montes había suficiente tarea como para que hubiera muchos mañanas.
Así fue guardando en los rincones de su memoria, mezclados con los consejos adecuados para cuidar la viña, podar, desparasitar, vendimiar, las palabras que contaban de la costurera que por amor subió al monte y para entretener la espera sacó sus elementos de coser, misteriosamente desapareció y en el lugar quedó el dedal, según las lenguas largas, si acercas el oído a la piedra que es hoy en día al artefacto, se puede escuchar la voz de la mujer pidiendo ayuda. Esta historia le dejaba tal inquietud en el cuerpo, que su madre al escuchar sus vueltas en la cama acercaba sus manos-calma y le espantaba los miedos recordándole que en la ladera del castro, estaba aun indeleble, la huella de el caballero Roldan, que atraído por la triste historia había recorrido leguas para desfacer el entuerto, saltándose, como debe ser en un buen cuento, todos los rigores históricos, los casaba y los ponía a comer perdices con grelos.
El creía que su vida estaría siempre allí, conociendo cada olor de su tierra, de sus cielos, de su monte, de la madera con la que su padre hacía las barricas donde luego reposaba el vino que las cepas de más de doscientos años dejaban a rebozar de blanco, de tinto y hasta de algún jerez. Pero la vida le reservaba un bar a mas de trescientos Km., en Coruña. Durante 40 años escucho otras historias mientras servía copas de vinos que no sabían como el suyo. Un día la morriña lo devolvió a su Penouta natal, a sus terruños. Reabrió la cueva que su padre y su abuelo habían cavado en la ladera del monte, limpió las barricas y volvió a recorrer la viña, mimando sus racimos, aspirando las mimosas y los loureiros.
Cuando lo conocí, los años lejos de su tierra, ya solo eran frases para recordar a los que allí habían quedado y que poco venían por la aldea. Su voz tenía un paréntesis de cuarenta años, para decir desde la penumbra a los viajeros (nosotros):
-No tomáis un vino conmigo?
Aparcamos y nos sumergimos en la frescura de una cueva larga y serpenteante que tenía a ambos lados barricas de diferentes tamaños, con diferentes muescas y señales.Sobre una mesita baja, durmiendo sobre un descolorido paño, una decena de vasos de grueso cristal.
-Cristo que se encargue de los panes que yo reparto el vino.
Con mimo descubría cada barrica, contando el origen de cada olor o de cada color.
-Porque esta uva es godello, no lo que hay por ahí abajo (se refería a valdeorras) que eso es “verdello”
Seguramente notó mi mueca al ver las “cositas blancas” que flotaban en la abertura del barril, porque mientras decantaba en los vasos murmuró:
-Si tiene flor, no tiene química.
Bebí el tinto, sintiendo como las pepitas de cientos de uvas me golpeaban en la frente. El sabor me envolvió por detrás del paladar y bajó por mi garganta bañándome de fruta.
El blanco era como una madera suave y dorada que llenaba cada hueco de la boca.
Y el jerez, ese barrilito que reservaba en el fondo para los que se detenían más tiempo, fue una fiesta.
De repente fui una mariposa que recorrió los campos, que aspiró el aire de la tarde, ese que reunía las historias, sentí el olor de la tierra, la aspereza de las ramas de la vid. Fui violeta y verde uva. Fui raíz, piedra, flor… y allí entendí el color de sus ojos. Esos ojos que entre las arrugas, reían o se aguaban, cuando dio a entender que las fotos no se las enviara a su hija, que por allí iba poco (sufrí el nada) ponga en un sobre (viví con él el orgullo anticipado del protagonismo al que lo sometería el cartero al leer el remitente) : Antolin de Ulloa. Pobra de Penouta. Valdeorras. Y ya…
Mañana desde correos saldrá un sobre. Allí van algunas fotos que congelaron los cálidos momentos allí vividos. Una mínima compensación por las historias que me he traído y que llevaré por caminos, que procurare tengan la misma calidez del fuego de castañas donde una vez se contaron para quedar en memoria de Antolin y que hoy forman parte de esta caja de hilos.

6 thoughts on “Flor de madera

  1. Esa flor también me echó a mí para atrás, cuando por Sanlúcar probaba la manzanilla en sus bodegas, jeje, pero si como dice Antolín, eso quiere decir que no lleva química, pues to pa dentro.
    Por cierto que has descrito una forma de beber el vino muy agradable. Parecía que lo estaba bebiendo yo.

  2. Esa flor también me echó a mí para atrás, cuando por Sanlúcar probaba la manzanilla en sus bodegas, jeje, pero si como dice Antolín, eso quiere decir que no lleva química, pues to pa dentro.
    Por cierto que has descrito una forma de beber el vino muy agradable. Parecía que lo estaba bebiendo yo.

  3. Esa flor también me echó a mí para atrás, cuando por Sanlúcar probaba la manzanilla en sus bodegas, jeje, pero si como dice Antolín, eso quiere decir que no lleva química, pues to pa dentro.
    Por cierto que has descrito una forma de beber el vino muy agradable. Parecía que lo estaba bebiendo yo.

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