De pequeña, con su abuela, Raquel guardó en latas de té fotos de mujeres perfectas, aparecidas en Telva, en Moda y Hogar, en Vogue. Esas mujeres, de senos rotundos y rizos moldeados a fuerza de laca, llenaron su cabeza de pajaritos, que uno a uno la desilusión de las realidades le fueron espantando.
Llenar esos sujetadores enormes fue (es y será) su eterna pena. A primera hora de la mañana, antes de tai-chi, antes de Paulo Coelho, ella tiene la sensación de que toda su vida tiene poca talla (una 85) y, por si aún fuera poco, es una triste ‘b’. Una 85b.
Es el momento de sacarlo todo para fuera con un potente y rotundo do(s) de pecho.