Para no romper con la tradición, un año más cambiamos el destino previsto para descansar en verano.
Creo que nos lo tenemos que hacer ver.Ésto no es ni medio normal.

El año pasado me enamoré de un libro del siglo XIX, escrito a dos voces y se me ocurrió que estaría bien reescribirlo, ciento veinte años después, pero la necesidad imperiosa de meter sol en nuestros huesos, nos hizo cambiar de rumbo.
Así que una semana antes, de los verdes campos de Inglaterra, viramos a las aguas azules de Cerdeña.
Un año más, en coche, como nos gusta, con la casa a cuestas.
Hay quien nos dice que lo del camping no lo ve cómodo.
¡Porque no va en el estilo fashion que nos gastamos los Gago-Felloza, que de cutres, solo fuimos la primera vez hace muchos años!
Después de mirar las pedazos de tiendas, sillones, cocinas y mesas que nos rodeaban, en el primer camping francés que estuvimos, allá que nos fuimos al Taratlón, aquí en Galicia aún ni olerlo y nos compramos todas las pijerías que vimos.

Desde aquella disfrutamos cómodamente cada noche, de ese momento, cuando recordamos lo que nuestros ojos vieron de día, mientras, por aquello de conocer bien el territorio, vamos probando los vinos locales bajo cielos inmensos de estrellas.
A media voz, con la piel llena de sol y aires nuevos.

De ésta vez, fuimos leireando, atravesando el país, evitando autopistas, para llegar a Barcelona a coger el ferry que nos dejaría en Cerdeña.

El caos en el puerto era absoluto, había retrasos, órdenes y contraórdenes .
Cientos de coches, de camiones, motos y auto caravanas…y camiones!!
Me sigue pareciendo maravilloso que ésta mole, flote.
Tan maravilloso eso, como increíble lo de disfrutar de un crucero con tanta gente, para nosotros solo es una manera de llegar a destino, pero como vacaciones, no puedo comprenderlo, la humanidad en espacio reducido, es una cosa que me preocupa, cuanto menos.

Desayunamos en el barco, bajo un cielo azul, mientras me sumerjo en un precioso libro de Maria Kriezi-Iordanidu, «Loxandra».
Me rodeo de sabores y palabras griegas y turcas.
Mezés, mejillones rellenos, puré de berenjena, dolías, rechinas, guajolote, benjuí, hunkiar bejianti…

Las horas de retraso vuelan entre los vapores de mi libro.

Llegamos a Puerto Torres y cogemos autopista, como en muchas carreteras italianas, la basura en bolsas de todos los tamaños, duerme a los lados.
Hacemos un alto en la iglesia románica de la Santísima Trinitá de Sacarggia,una iglesia de estilo toscano que mezcla piedras calizas y volcánicas.
Desde lejos se ve su campanario de casi 40 m de alto.
Alrededor, las excavaciones de las ruinas del antiguo monasterio.
El atrio porticado es precioso y uno de sus capiteles llama la atención inmediatamente. Aparece allí representada una vaca, que según la leyenda, dio nombre a la iglesia, ya que el dichoso animal, venía a hincarse y rezar en éste lugar. De allí el nombre «sa acca arggia» algo así como vaca moteada.

Dentro, una mujer de edad indefinible, vestida de domingo, nos susurra el precio de la entrada.

El techo de madera te lleva la vista hacia la cabecera, en el ábside central, las pinturas románicas del siglo XII, se conservan fantásticamente bien.
Paseamos por el exterior de la iglesia y volvemos al coche para seguir nuestro camino.

LLUEVE!!!!

Las adelfas se inclinan ante las enormes gotas.

Cuando llegamos a nuestra primera parada, el Camping IS Arenas Village, el cielo ya está despejado.
En medio de pinos levantamos la tienda.
Gago se da el primer chapuzón, mientras yo intento sobreponerme a la decepción de que el agua no es azul, y está repleta de algas marrones, en contrapartida, la temperatura es deliciosa.
Por la noche cenamos en el restaurante del camping, quesos locales, pasta, vino, licor de mirto y seadas, un suculento postre sardo.

Las seadas o sebadas, resumiendo mucho, se hacen con masa rellena de queso, se fríen en miel y se espolvorean con azúcar o se bañan en miel.
Cuando los campesinos regresaban a casa por Navidad, se hacía el pecorino fresco y cuando tenía un buen punto de acidez, se hacían las seadas.
Adoro éstos postres simples, resultado de la unión de productos de la tierra que hacen realidad una frase preciosa que escuché anoche, el rico se compra lo que quiere, el pobre debe crearse su riqueza.
No imagino riqueza mayor que comer lo que forjaron tus manos.

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