Eramos una barra (pandilla) de lo mas variopinta. Edades, gustos, familias, culturas, ideas políticas ( que con esos pocos años ya las teníamos), sin embargo nos unía algo que aun perdura en nuestras memorias. El «campito». Ese terreno de varias hectáreas que había sido el jardín y la huerta de una casa colonial de las afueras de Paysandú, pero que los años y el crecimiento de la ciudad había dejado en pleno barrio INVE. La Casona, le llamábamos, alli tuve mi primer escenario, montada encima de la tapa del sótano que sobresalía un metro del suelo y creaba el proscenio ideal, alli vivía Patricia, la que me dejó huérfana de hermana cuando la carretera se la llevó, alli nació MOPI, mi primer trabajo solidario y cuna de mi primer cuento, alli transcurrian nuestras tardes.
Y nuestros días, en verano.
El 28 de diciembre nos pillaba en unas recién estrenadas vacaciones, lejos quedaban las túnicas, los cuadernos,los horarios.
Ya había pasado la desilución de que el recién conocido y foráneo Papá Noel nos dejara solo unas medias o unos coleros con cintas para el pelo. La revancha vendría en Reyes.
Desde la noche anterior, teníamos pequeños debates sobre cual sería la broma del día.
Pero mas allá de «brillantes» ideas, ni en nuestras mas optimistas tramas hubiéramos esperado encontrar en la calle la genialidad que nos daría «él día».
Ya no recuerdo si fue Favio o Sergio, el que llegó primero a casa, corriendo, sin aire. Pasamos por lo de Alicia y nos quedamos de boca abierta cuando vimos entre las hierbas de la vereda, una víbora descomunal. Gorda, brillante, blandita.Algún camión de los que estaban construyendo la avenida le había matado, pero casi ni se le notaban las ruedas. Morbosidad infantil.
Las manzanas ocupadas por La Casona, estaban rodeadas de veredas de baldosas rojas, pero casi todos los vecinos habíamos trazado caminos de través entre las hierbas que crecían altas y gloriosas. Gloriosas para nosotros, porque alli nos escondíamos por la nochecita a recoger grillos, bichos de luz, a contarnos secretos o a pensar en el «queseríamosdemayores» Pero ese día nos servirían de camouflaje. Nos apostamos a ambos lados del camino, con asco atamos una soga a la cabeza de la víbora. Alli esperamos a que cayera la primera victima. Las niñas que ese día tenían faldas, esperaban a la entrada del camino para dar el aviso. Los demas esperábamos al final para dar el remate a la tarea.
Ya no recuerdo cuantas personas recibieron el susto de ver zigzaguear una víbora delante de sus narices, si que recuerdo los saltos de metro, los gritos, las espantadas y finalmente las carcajadas cuando el grupo del final los recibía con un: -¡Qué la inocencia te valga! Coreado por risas y grititos nerviosos.


Despúes el vascolet y las galletas María, soda Kraker, para Alejandra que ya daba señales de finolis, y el raconto de las mejores expresiones de susto. Daba igual que el cuerpo nos ardiera de bichos colorados, el día había sido un éxito. Habíamos hecho inocentes a muchos.

Los años pasaron y la vida nos ha ido haciendo gamberradas que nos han ido quitando la inocencia a nosotros, ya no se que es de la vida de muchos de lo que por alli corrimos, sin embargo, se que hoy seguramente todos estaremos recordando esa tarde y lo hermosamente ingenuos que todavía eramos. Y seguramente la telaraña invisible de nuestras risas nos unirá durante un minuto.

6 thoughts on “Que la inocencia te valga!

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