Tengo en mi memoria, muchos momentos imborrables, compartidos con Iván, de reír y de llorar. De alegría de emoción y también de alguna tristeza.
Pero si algo aprendí de él, fue la constancia.
En mañanas de fotografía en Casa Marcelo, me volví exigente conmigo misma.
Mejor dicho, no me sentí culpable con esa teima mía de querer mejorar siempre.
Con Iván era sencillo, porque nunca le vi una muestra de cansancio a la hora de repetir una y otra vez, un plato o una foto, si el resultado no nos gustaba.
No había límites, en tiempos en que todo el boom de la gastronomía empezaba, soñamos y se nos fue la pinza muchas veces.
Aún recuerdo la cara de la policía local cuando nos vieron colgados sobre una fuente de la Zona Vieja de Compostela, porque nos gustaba el chorro fresco y firme que agitaba las anémonas de un plato. O las quemaduras con nitrógeno para conseguir un efecto o las risas cuando algo quedaba como nos gustaba.
Y siempre la misma pregunta ¿para cuando tu restaurante?
La respuesta ha llegado ahora, con NADO, un local precioso en A Coruña. El Atlántico dentro, en la decoración y en los platos.
Y Galicia, su tierra, éste lugar del mundo con ventanas enormes al mar.
Comer en Nado es una celebración. No se la pierdan.
Gago y yo ya lo hemos celebrado.
En tiempos de consignas, de mensajes pseudo moralistas, de cocina espejo, puro ego y cristal, se agradece su «vuelta», su mirada limpia sobre un producto fantástico y por sobre todo su buen hacer, esa mano sensible para presentar al comensal, comida, rica, sabrosa, de esa que te hace suspirar, reír y compartir con la persona que amas.
Deseo de corazón toda la suerte del mundo, para alguien que se ha pasado toda la vida trabajando y soñando.
Es tu hora Iván.
Adelante siempre.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *