Abril, para los que contamos historias, es un mes de locos, cada día en un sitio distinto y varias sesiones por día.
La semana pasada fue una semana gallega, Arteixo, Oseiro, Meicende.
Pero también fue la semana en que por primera vez fui a un entierro en Galicia.
Entierro de pueblo, gente de aldea, marineros que unidos por la necesidad de conjurar el olvido con su presencia, llegaban desde todas las callecitas hasta abarrotar la iglesia.
¡Como hemos perdido en las ciudades esa actitud de solidaridad, frente al dolor ajeno!
Podemos dar unos euros por Asia o por Africa, y esta bien, pero desconocemos la pena que tiene nuestro vecino de puerta. Si lo vemos vestir de negro,solo pensamos que es un comercial o un gótico, pero nunca nos molestamos en ver que tal vez hay un dolor detras, por alguien que han dejado de ver para siempre.
Pero la demostración colectiva de vecinas, amigas de la infancia, compañeras de mercado, o hijas de un marinero que navegó con el marido de la difunta, me dejó cara a cara, con la desolación que podría llegar a ser un día la despedida de cada uno de nosotros.
Alguien ese día sonreirá recordando mi risa, se contaran mis historias felices, se hablará de mis pasos lejanos?
Había un candombe en mi tierra, que cantaba Cristina Fernandez que decía: «el día que yo me muera que nadie me mande flores»
Recuerdo una época en que creía querer eso, hoy veo que no. Aqui lo digo y sois testigos. Que cada uno de mis amigos, se lleve mis libros, que cada uno de mis desconocidos, reciba mis órganos y que el lugar donde me he enamorado, sea el hueco para mis cenizas, que se esparzan a los pies de un camelio, para florecer cada invierno y servir asi para alegrar mañanas grises.

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