Durante años, su brazo tuvo como extensión una cinta de medir y su voz tuvo como caja de resonancia la Plaza Mayor.
De familia grande y muchas bocas, en épocas que las bocas de los hombres estaban calladas, tras rejas o huídas. Ella sacaba la suya a la calle para alimentar a todos.
Vendedora de telas era su oficio. Engalanadora de sueños era su arte.
Nunca nadie pudo decir exactamente cuánto vendía, porque su táctica de marketing, consistía en armar tanto alboroto al medir los metros, que no dejaba a nadie indiferente en el mercado.
Si tímidamente le pedías un metro y medio para un vestido, ella habría sus grandes brazos (que no eran tal sino que lo parecían por como dejaba volar las manos) y se enteraba todo el mundo, de que llevabas dos y tres y cuatro.
En realidad tu llevabas lo pedido, pero ella superponía un metro sobre cincuenta cm y le salía una medida que a oídos de los que pasaban venía a decir:
-Si alguien compra cuatro metros es que es bueno y es barato.
Y mientras rápidamente metía el género dentro del papel o del bolso de la compradora, ya tenía a su alrededor un corrillo de mujeres.
A una por rubia, le vendía en azul a otra por morena, un morado de ensueño, a la pálida un poco de seda para un pañuelo de cuello, a la de ir a misa una batista y a la de ir a bailes, una muselina. Con cada trozo de tela, se iba un collar de elogios y de sueños. De paseos imaginarios cogidas del brazo, de música que alegrara los pies, de lágrimas que finalmente se secaban.
Con frío o con sol, estuvo allí durante muchos años.
Finalmente los ahorros, le permitieron abrir tienda. Tienda que por nombre llevó su mote, La Roja.
Roja de cabeza, no de ideas, pero si de cabellos. La Plaza quedó un poco a oscuras cuando su llama se fue detrás de los mostradores, pero como estaba cerca, se transformó en el paseo obligado.
La Roja, ya no vive, si su tienda y si los vestidos y trajes que vistieron cientos de historias de su ciudad, Logroño.
Paseo con Pía, escuchando la historia de su bisabuela. Nos detenemos frente a la tienda, que hoy es de otros dueños. Bajo la lluvia brilla el nombre y mientras entramos a un bar a brindar con la penúltima, una pareja, cogida del brazo, mirando hacia los cientos de tubos de telas de colores del escaparate comentan:
-Aquí si que vendían buenas telas, aun tengo aquel traje, ¿recuerdas?
Brillaron los ojos de ella recordando vete tú a saber qué historia del día de ese traje nuevo y mientras caminaba po los soportales, bajo la lluvia, me pareció ver como desaparecía tras una columna, una cabellera roja.
Ilustra Rebecca Dautremer

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