boadas-005.jpg A los que nacimos en el sur del cono, nos libreta la vida un autor de letras de tango. Muchos quisiéramos que fuera Discépolo, pero a la mayoría nos toca un triste Magaldi.
Cuando tenía doce años, le descubrí a mi madre una caja escondida, llena de Corin Tellado. Desde entonces, aun cuando me sumergía en la parafernalia literaria que se supone de nivel, siempre, añoré ser un personaje de folletin.Recuerdo como, afiebrada leía las peripecias amorosas a las que se sometía una joven para mantener intacta su virginidad, asomándose a la pasión sin llegar a la indecencia. Pero para mi, el sumun del erotismo, era que un día un gallardo galán me paseara por las Ramblas de Barcelona y me invitara a un cóctel. Veinte años pasaron y al fin cambié de libretista. Por un día me asomé al sol del Mediterráneo, me perdí en las calles de la ciudad condal y con charme cruce la pierna en el «Boada’s» donde mojé mis labios con un cóctel mientras me perdía en los ojos de mi amado que me miraban desde detrás de una guinda que dibujaba reflejos en la champaña de su copa.
Él no lo supo, pero desde detrás de su hombro, envuelta en una voluta de humo estaba Corin, escribiéndome ese día.Que al igual que mi madre guardaré en una caja secreta, para que un día sea encontrada por alguien que quiera soñar con un amor de novela.

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