Parece ser que a Virila, le traía por el camino de la amargura el asunto de la vida eterna en el cielo. No me he podido enterar que cosa exactamente , pero lo cierto es que el hombre no hallaba solaz ni caminando por la preciosa sierra de Leyre.
A un lado de la cripta románica, tenía el abad un pasillo de arcos robustos que lo conducían hasta la salida sur del monasterio y desde allí se perdía por los campos y sus pesares. Un día escuchando un ruiseñor, se quedó embelezado y el tiempo se le fue en suspiros.
Al regresar no le conocía nadie, ni él conocía a quienes le salían al paso, solo las piedras de la cripta seguían siendo las mismas. Ese bosque de columnas que fueron levantadas para sostener la iglesia allá por el siglo IX. El problema era que habían pasado 300 años del paseo con el ruiseñor.
Donde estuvo, no se sabe.
Dicen las crónicas que se adaptó perfectamente y así vivió hasta el fin de sus días.
Tengo para mi pensar que tal y como somos las personas, es lógico que aunque pasaran tres siglos, no encontrara diferencias, porque visto lo que vemos, la estupidez y la sinrazón humana es de lo poco eterno que vemos por aquí.
Y así vamos soltando armas químicas sobre inocentes, machacando al diferente, idiotizándonos como si hubiera otra oportunidad mañana.
Será que era en abril el ritmo tibio, o la cabeza que me anda furrulando raro que no me importaría dar un paseo para saltar en el tiempo. Aunque menudo chasco si a la vuelta siguen los mismos dando la tabarra.
Es que hay xentiña que resiste más que el románico de Leyre, hecho en piedra caliza con cuarzo y hierro.
Por si no conocen, para que vayan y vean lo que yo he visto.
Cripta románica-Monasterio de Leyre-Navarra

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