rayloriga.bmp Ray Loriga cuenta la historia de un hombre que cada mañana se vestía de traje y maletín, acompañaba sus hijos a la parada del bus que los llevaría al colegio, y luego de ver como se iban, regresaba a su casa, bajaba al sótano, donde estaban las calderas, se despojaba de toda ropa, el calor y la inspiración lo requerían y se ponía a escribir. Y cuando era la hora de recoger los niños, cogía maletin, traje y los esperaba con una sonrisa. Jamás les dijo la verdad. Nunca supieron ellos de la vergüenza de su padre de ser escritor.
El peronismo sacó a Borges de la Biblioteca Nacional y lo nombró inspector de aves. Dice Ricardo Piglia, que para un escritor no hay mas castigo que tener que convivir con la realidad. Por eso tal vez todos escribimos en algun momento de nuestras vidas, porque presentimos que la literatura, aun la mala, es mejor que nuestro día a día. La gente escribe demasiado, es un hecho. Noventa y nueve de cada cien manuscritos son devueltos definitivamente a sus autores en un siniestro viaje de ida y vuelta a ningún sitio y, aun así, son tantos libros. Se empujan en los mostradores, se amontonan en los grandes almacenes, desbordan las pequeñas librerías y las casetas de las ferias, viajan a Perú como limosna, e incluso se rebajan a ofrecerse de regalo en los quioscos. Los libros ya no saben dónde ir ni qué hacer para que alguien los quiera. Y cuando los ejemplares no vendidos abultan demasiado, se queman en remotos polígonos industriales. También los militares quemaban libros, pero no por falta de espacio. Pensaban matar con el fuego todo aquello que sobrevive a la muerte del enemigo. Aquello que no puede ser fácilmente exterminado y que de una manera u otra volverá para vengarse. Creo que en el fondo a los libros les gusta ser quemados en la plaza, no en el almacén, tal vez porque los escritores somos todos muy vanidosos y cualquier luz que ilumine nuestro nombre por un instante es bien recibida, aunque sea la luz de las llamas, o tal vez, porque los libros quemados, en la plaza, arden convencidos como ningún otro de su efectividad y su peligro. Del alcance de su estocada y de la altura de su vuelo.
Asi, pues, Ray, gracias por meterme en la x de tu generación, no por ser tan creativa (yo),sino por darme una incógnita que ya resolví.¿Para que me voy a quemar las pestañas tratando de escribir un cuento, si total, terminará flambeado? O en el peor de los casos tú, lo pondras en el mismo estante del oprobio que los de Isabel Allende.
Eso si, seguiré leyendo a ver si le gano la carrera a los pirómanos.

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