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Si entras a Portugal por Galicia, te encuentras con el río Limia, el río del olvido. Dicen las leyendas que quien lo cruza olvida dolores y penas. Inmediatamente recordé el cuento de Galeano. Y al igual que a él, a mi el olvido tampoco me llegó. No vi tabernas o bares llamados Uruguay o Pequeña Venezuela. Pero si mis ojos encontraron miles de puntos que se unían en línea para cerrar cículos. Me refiero a que a un lado y otro de la carretera, veía explicaciones y orígenes de costumbres de mi país querido. Desde la manera de emparbar el maíz. A las tortas, la comida,(la carne estofada). Las construcciones. La manera de poner las parras,diferente a la de España e igualita a la del patio de mi abuela.
Claro que también disfruté de las diferencias, las paredes recubiertas de mosaicos, sus iglesias tan oscuras y recargadas de solemnidad, que uno siente que la religion no consuela, sino que agobia,sus castillos, sus fortalezas. El acento apretado de su gente.Y el sol, que parecía tan esquivo por aqui. Y oh! sorpresa estaba a raudales en las glicinas de Guimaraens, Braga y Ponte Lima.
Un pequeño descanso para reemprender la rutina del trabajo.
Marlango (que putada, se ha puesto de moda) sonando en el coche y al llegar a casa perderse en las páginas de Rivas. En la cocina, se agrega a la que ya va cobrando forma de bodega, un vino verde y un tinto portugues, para recordar en el brindis un tiempo de paz y sosiego en medio de el caos.

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