En América Latina, las tías, son una institución. Otro día os contaré de mi colección personal de hermanas y cuñadas de mi madre. Pero si en algo se caracterizan es en su preocupación constante, cuando estás creciendo, por tu persona. Unas por lo que comes, otras por lo que vistes, otras por con quien andas y siempre hay alguna que se preocupa por tu alma.
En mi caso, mi tía la soltera, venía por el camino de la amargura conmigo, porque yo ya apuntaba maneras de salir torcida. No le había gustado nada que saliera por la radio haciendo un personaje de radionovela, y aunque mi padre le aseguró que era un juego de niña, ella por si acaso, me regaló una tarde un librito que oscureció mi infancia.
Porque mi tía la soltera era de las de antes, las de vestir santos, no como las de ahora que desvisten todo lo que se les cruza y lo pasan pipa. Beata, de sonrisa escasa y coscorrón latente.
Vida y milagros del corazón de Santa Teresa de Jesús, era el librito verde que me hizo leer.
Yo que era de natural impresionable, que vivía todo lo que leía con absoluta entrega, desde un ataque pirata, a una vuelta al mundo en globo, lloré tardes enteras con aquella llaga que consumía de pena a la monjita. Me disgusté enormemente con esa serie de desdichas y no llegué a comprender nunca eso de que el dolor sublima al alma.

Así que cuando muchos años después, llegué a Ávila, para actuar en un sitio de culto, el café teatro Delicattesen, me prometí que pasearía toda la ciudad, pero que evitaría de cualquier manera todo contacto con Teresa de Jesús.

Cabe aclarar que entre el público y la preciosa puesta en escena del Café Teatro, se me hizo muy fácil cumplir mi propuesta.
Para quien no conosca el lugar, se accede por un «salón» boca abajo, una decoración que ahora se ve en muchos sitios, pero que en aquellos años, recién estrenado el 2000, era toda una novedad. Pero la decoración no era baladí. El mundo está patas arriba al entrar y se pone al derecho en una calle donde habita el bar. La calle 14 de abril y así viajas hasta el año 36. En la calle, vez las puertas de un ultramarinos, una botica, un bar y un teatro y cuando la abres, pasas a la zona de espectáculos.
No se si es verdad o lo soñé, o si la sensación fue un regalo cada vez que allí conté, pero juraría que el reloj que estaba a nuestras espaldas, en el escenario, cuando empezabas a contar, tenía agujas que cambiaban de sentido y el tiempo retrocedía, y tu salías con más vida cada vez.

Recuerdo soñar en un hotel, pegado a la muralla, recuerdo el frío seco, el aire que espantaba mi asma.

Años más tarde volví por Navidades, al precioso festival de Héctor y Maísa y Ávila era una postal.
Mi querida Enriqueta atravesó carreteras heladas para compartir un tazón de caldo conmigo y una conversación de las nuestras.

Y en éste puente de mayo, tocó volver a Avila, ahora con Gago que milagrosamente no había estado nunca.

Me gusta ver los lugares que conozco a través de los ojos de otras personas, la mirada se vuelve poliédrica. Cada uno mira en una dirección, a veces impensada por ti.
Y así me vi paseando la muralla por arriba, oteando el perfil de la ciudad, asomándome a los patios de las casas, espiando desde las torres los tejados y callejuelas.
Jugando a descubrir entre las piedras, las que eran romanas, vetonas o vete a saber de que tiempo…
Pasear por la ciudad, por el simple placer de viajar en el tiempo y en la historia, un regalo de primavera.
Primavera de Ávila, a tres grados y con mañanas blancas de frágil y efímera nieve. Pero nieve al fin y en mayo.
Tuvimos la suerte de que dos amigos arqueólogos, Juan Pablo y María nos fueron guiando andares por la ciudad.

En la Catedral, me deleité y demoré en su maravilloso coro, en sus piedras sangrantes, en sus claros y oscuros, en su danza de luces cálidas y frías. En la iglesia de San Vicente se me perdió la vista en sus capiteles y vetas simuladas.


Comidas sabrosas, ricas, sorprendentes como las de Soul Kitchen (no se pierdan éste sitio)

Y una visita al Delicatessen, emocionada, con Gago y Juan Pablo rememorando sus infancias con los juegos coleccionados en las vitrinas.
Un gin tónic por lo buenos tiempos.

Parada obligada en los Cuatro Postes, donde me entero que Teresa de Jesús fue encontrada con su hermano cuando iba hacia filas moriscas para sufrir martirio (ésto a los siete años!!!)
Las vistas de la ciudad, desde aquí son espectaculares.
Decenas de personas haciéndose selfies, mientras algún fotógrafo con su trípode intentaba que los flashes no le estropearan la toma.
Con perdón de la santa, ésto si que es un martirio.
Todo el mundo de espaldas a la belleza, preocupados por su ombligo.
Gago y yo, pese al frío, nos quedamos en silencio, extasiados, el cielo tiene una danza propia de nubes de tormenta y azul de fiesta.

En un instante yo también soy niña de siete años, con mi tía haciendo preguntas para evaluar mi lectura, yo que ya era de memorizar frases porque si, solo porque me sonaban bien, le solté con profunda voz dramática «Vivo sin vivir en mí y tan alta vida espero que muero porque no muero»

Mi tía debe de haber pensado que estaba perdiendo la cabeza y me confiscó el libro para cuando mi «celebro» fuera al mismo ritmo del sentido común.
Yo volví a mis lecturas de siempre y solo cuando voy a Ávila, me acuerdo y sonrío.

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