Durante una hora, mientras esperaba encontrarme con Gago y mis compañeras de camino, vi pasar mujeres de todas las edades que cantaban, bailaban, gritaban, callaban…
Había quien reclamaba que en nuestros ovarios fuera los rosarios, quien una pensión de viudedad justa, quien igualdad salarial, revolución, que no es no, que estamos hartas, que ya está bien, que somos malas y podemos ser peores…
Con mi silbato y mi pandereta y mi voz de resfriado, canté grité, bailé y sentí sin conocer a la mayoría que por allí pasaba que éramos una sola.
Todavía estoy emocionada, de ver tanta moza resuelta, tanta melena desmelenada.
Igual estoy pasada de rosca, pero caray, que gusto da soñar que todas juntas somos algo increíble.
Porque de forma individual ya lo somos, pero a veces por las prisas, el trabajo mal pago, la conciliación, esa educación de mierda que nos hace exigirnos hasta la extenuación, la lucha entre lo que soñamos y lo que conseguimos, la defensa de unos derechos que que no todo el mundo ve… y más, mucho más…
A veces, digo, no somos conscientes de que si paramos, el mundo para.Que es verdad, que no es un slogan.
Hoy fue un primer gran paso, el siguiente es que quienes nos gobiernan entiendan que lo de hoy no fue broma, no fue postureo (de algunos si) pero de nosotras, fue un grito, un puñetazo en la mesa, un mirad que aquí estamos, un ya está bien, un tenemos paciencia inmensa, pero no infinita…
Porque aunque para algunos somos todo corazón y ternura, también podemos ser todo rabia y ovarios.
No di entrado más que a las puertas de la plaza del Obradorio, tantas, tantas fuimos y aunque una parte de mí quería estar en el corazón de la plaza, otra parte celebraba que se quedara pequeña.
Al dormir esta noche, amigas, pensemos, miremos nuestras manos y reafirmemos el compromiso, que el próximo 8 de marzo, la huelga de verdad, sea de no entrar a ninguna tienda o comercio que esté abierto, que los mandiles en la ventana o los perfiles de facebook, no sean solo virtuales…
que se nos quede pequeña la calle, así como hoy se nos queda pequeño el pecho de la emoción.

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