Catar, según la primera acepción de la Real Academia de la Lengua, es “probar, gustar alguna cosa para examinar su sabor o sazón”. Sin embargo, en acepciones posteriores nombra sinónimos como “ver, examinar, registrar, pensar, juzgar”.
La cata en el vino es el proceso mediante el cual, a través de nuestros sentidos, nos informamos acerca de él, especialmente sobre sus aromas y sus caracteres táctiles y gustativos. Pero habitualmente no nos referimos tan sólo al acto de “percibir”, ya que la cata también significa análisis y memorización consciente de la mayor cantidad posible de elementos característicos del vino, para diferenciar uno de otro, y para “acumular” en nuestro “disco” cerebral aquella información que nos permita posteriormente comparar, juzgar, recurriendo al descarte y al acierto.
A pesar de todo ello, la cata no es un acto complejo. Se podría decir que se trata de una degustación del vino donde se requiere prestar un poco más de atención que la que se usa en término informales. Cualquiera que no tenga alteraciones significativas de sus sentidos puede a llegar a catar vinos en forma acertada.
Ahora cambien la palabra vino, por “marido”. Y mírenlo. ¿No les parece que se han perdido algo?
¿No tienen la sensación, que tienen un rioja clásico, de gama media y se han quedado sin probar los Ribera del Duero, los fuertes Toros, los sorprendentes Priorat, los brillantes Somontanos, los frescos Albariños?
¿No tienen la sensación de que no averiguaron mucho de la cepa de donde procedía y hoy se lamentan soportando las ramificaciones varias que trajo consigo? Léase cepa madre, cepas hermanas.
Si están en situación de búsqueda, este es un curso de cata, para saber probar sin que te mareen y se te suban a la cabeza y si ya tienen la vendimia hecha y el cosechero en la barrica este es un curso de maridaje, para entender con que combinan mejor nuestros maridos y así disfrutarlos y descubrir que algunas barricas, pueden ser de roble