Alguien dijo que había ciudades para soñar al otro lado de las montañas.
No dijo si estaban suspendidas en el aire, sumergidas en las lagunas,
o perdidas en el corazón del bosque.
Los que allá fueron nada encontraron, ni altas torres ni jardines
ni mujeres hilando en el atrio, ni un muchacho aprendiendo a tocar la gaita.
Solo yo traje algo para seguir soñando, algo visto y no visto en la niebla de la mañana,
algo que era una flor o un mirlo de oro , o un pie descalzo de mujer,
un sueño de otro que se ponía a dormir en mi, echado en mis ojos,
pidiéndome que lo soñase mas allá de las montañas, donde no hay ciudades para soñar.
Y ahora mi oficio es soñar, y no se si soy yo quien sueño, o es que por mi sueñan
campos, miradas azules, palomas que juegan con un niño,
o una mano pequeña y tibia que me acaricia el corazón.
Cuentos de mujeres que escalan montañas de emociones, que recorren largos y espinosos caminos, que nadan contra
corriente, que hacen fuego contra el viento
Que cantan mientras dan vida, que lloran la larga muerte.
Mujeres que aprenden a danzar entre lobos y que por sobre todo sueñan.